El Corbán

YO SIEMPRE ESTOY SOLO

En la umbrosa celda de mi suerte impía,

donde el alba llega con tardío alarde,

mi sombra dialoga con la noche fría

y el silencio impera, fúnebre y cobarde.

 

Es mi gala, sí, mi pompa y mi tesoro,

la doliente cumbre de este ser asceta,

donde el alma entona su cruento decoro

como un ruiseñor que canta y se aquieta.

 

Mi soledad, lujosa penitencia,

capricho que ostento con altiva calma,

carcomida flor de noble decadencia

que entre espinas borda cicatrices al alma.

 

No mendigo abrazos, ni dulces brazos

ni susurros tibios de miel en la oreja,

pues me ciño austero a mis propios lazos

y en mi propia herida mi deleite ceja.

 

Más en cada ocaso que se duerme en bruma,

cuando todo calla y el dolor se insinúa,

mi pecho supura una absorta espuma

que el pecho me lacera y el alma acentúa.

 

Es destino, acaso, o febril condena,

mas ya me es costumbre lo que fue tormento,

y aunque anhele un pecho, y una voz serena,

me abrazo a mi yugo con fingido aliento.

 

Seré centinela de mis horas yertas,

el monje en su claustro de cristal umbrío,

con las manos frías y las puertas abiertas

a un amor que nunca rozará mi río.