Si ha de llegar el final,
que no me sorprenda errante ni solo,
sino a tu lado,
con la serenidad que sólo otorgan
los amores verdaderos.
No deseo monumentos,
ni ceremonias solemnes,
sólo tus manos sosteniendo las mías
cuando la noche definitiva caiga sobre el mundo
y el cuerpo olvide su afán de permanencia.
Tus ojos serían mi último horizonte,
tu voz, la última palabra que escuche,
y si aún quedara en mí un hilo de aliento,
lo gastaría en pronunciar tu nombre.
Porque tu presencia basta.
Basta para hacer soportable el adiós,
para convertir la muerte
en un descanso compartido
y no en una ausencia sin tregua.
Que el fin me halle contigo.
Y que, si no puedo seguir,
al menos tú sigas,
con mi memoria descansando en tu regazo.