Querida Daira,
Te escribo desde un lugar muy tierno, muy profundo, muy cansado también… porque has aguantado más de lo que nadie imagina. Porque nadie estuvo ahí cuando te desvelabas con la cabeza llena de dudas, con el corazón estrujado por el miedo de que él mirara hacia atrás. Porque fuiste valiente en silencio, porque lloraste sin hacer ruido, porque te tragaste palabras que quemaban por dentro y sonrisas que no sentías.
Esta carta es para decirte: yo sí te veo.
Te veo en los días en los que te sentías invisible, comparada, desplazada por alguien que no respetó tu lugar. Te veo en el espejo cuando ya no reconocías tu cuerpo de tan delgada, de tan cansada, de tanto callar lo que te dolía. Te veo cuando no sabías si tu amor era suficiente, o si estabas luchando sola contra un fantasma que no terminaba de irse.
Y quiero que sepas algo que nunca te dijeron lo suficiente:
Tú no merecías vivir eso.
No merecías esa intranquilidad constante. No merecías sentir que estabas compitiendo por alguien que ya te había elegido. No merecías ser la que cargara con las consecuencias del pasado de otro. Tú merecías amor limpio, presente, y sin sombra ajena.
Y sin embargo… aquí estás. No rota. Rearmándote. No débil. Sensible, sí, pero con una fuerza que no sabes cuánto vale. No rendida. Aquí. Pidiendo sanar. Aquí. Buscando abrazarte.
No tienes que entender por qué ella hizo lo que hizo. Solo tienes que saber que no fue tu culpa. No hay nada en ti que justificara ese dolor. Al contrario: todo en ti merecía ser protegido con amor.