Al idílico y bucólico viento, le gustó mi cabellera.
Vino a llevarse en sus alas, un manojo de caricias.
Fui rehén de esos gestos bufos, sin qué, quisiera.
Qué yo no alce; jamás el verbo, sería: ‘Albricias’.
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Una buena memoria me confiero, hasta hoy día.
Cierto, el hábito no hace al monje, pero lo viste.
A la hora de decir la verdad, no sirve la cobardía.
Se debe exaltar la verdad que, tu verbo, reviste.
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¡El gran fallo del arrogante, es descontar, al Otro.
Van sin notar qué, ese Otro, somos: Un Nosotros!