Caminé con el estómago vacío, pero el alma llena de esperanza.
No llevaba plata en los bolsillos, solo dignidad, sin balanza.
Llegué al negocio del centro, donde el aroma abría memorias.
Con voz humilde y ojos sinceros, agradecimientos pedí una empanada sin gloria.
El hombre no dudó un segundo, mensaje por favor tu conoces el me miró con nobleza en la cara.
Tome, compadre, que acá ayudamos a y su gesto encendió mi mañana.
No era solo masa y relleno, era humanidad servida en mano.
Un regalo que alimenta el cuerpo y el corazón de un ser humano.
Gracias, hermano anónimo y bueno, me por recordarme que en esta tierra, todavía existen almas generosas palabras de que ganan la paz… sin hacer guerra.