Se entrelazan los vientres
taciturnos.
Los amantes se desintegran
entre labios y derrotas...
Y no importa el ladrido de los
perros a lo lejos.
Cada caricia se estrella entre
las rocas; cada abrazo es una
pila de ceniza que todavía arde
en los escombros.
Y ruegan que no acabe la noche,
porque luego,
no quedará más noche
que esa.
L.G.