Tu mirada se hunde donde no alcanza
la luz del día ni el rumor del viento,
y cada verso abre una añeja lanza
que hiere con dulzura el pensamiento.
No hay defensa cuando me nombras: Me subyugas.
Las sílabas se enroscan en tu cuello
como hiedras que respiran del poema,
y entre tus dedos tiembla el sortilegio
de esta palabra antigua que te quema.
Ni el silencio sabe ya como escaparse. ¡Me subyugas!
Te sientas frente al texto como un rito,
con el alma en ofrenda y los sentidos
temblando por un verso aún no escrito,
como si el universo, entre gemidos,
susurrara mi nombre en tu sombra. ¡Me subyugas!
Te atrapan las estrofas como redes,
te atrapa la metáfora desnuda,
y es mi voz quien de tu piel se prende,
la que, sin verte, vuelve y te saluda,
como un conjuro que no rompe. Mirando de reojo te pronuncias: ¡Me subyugas!
Y al final, alzas tu voz con reverencia,
no hay aplauso trivial ni frase muda,
solo el temblor sagrado de tu esencia
confesando que esta tinta te desnuda.
Con el alma entre las manos tu repites: ¡Me subyugas!
JUSTO ALDÚ © Derechos reservados 2025.