Un páramo de sal y piedra yerta, donde la vida su final anida, y el eco es voz de una canción perdida, se extiende el alma como estepa abierta.
No queda el rastro de tu mano experta que fue caricia, música y guarida; tan solo el tiempo, en su tenaz huida, me deja con la soledad desierta.
El sol es mancha de un fulgor lejano, la luna un trozo de metal doliente, y el viento arrastra un lúgubre murmullo.
No espero nada, pues te espero en vano, y todo es yermo, frío y penitente, que es solo polvo, eco de tu arrullo.