Madre, faro de esperanza,
luz que nunca se apaga,
en tus manos florece el día
y en tu pecho la fe no se acaba.
Eres rosa sin espinas,
consentida del Señor,
tu amor es la semilla
que germina en bendición.
Con la cruz sobre tus hombros,
y la frente siempre en alto,
has tejido con tus rezos
un destino de milagros.
Tus hijos, fruto sagrado
de tu entrega y devoción,
son el árbol que has sembrado
con caricias y oración.
Hoy el cielo se ilumina
y tu alma se estremece,
pues David, tu gran tesoro,
con su logro te engrandece.
La alegría te corona,
la emoción te hace brillar,
y en tu pecho se entona
un cántico de amar.
Por siempre serás única,
madre de los amores,
diosa de los fervores,
bendecida y bendición.
Que la vida y Dios te premien
por tu entrega y tu pasión,
pues tu amor, Dunia adorada,
es eterno, es creación.