El Peso del Adiós
Quisiera partir cuando el ocaso pinte el cielo de lágrimas,
cuando el viento susurre secretos que nadie comprende,
y el mar, con sus brazos de espuma, me invite al silencio,
lejos del ruido de un mundo que olvidó ser sincero.
No quiero escuchar más mentiras disfrazadas de promesas,
ni ver cómo el odio se viste con trajes de bondad.
Los hombres construyen muros donde debieran tender puentes,
y clavan banderas en tierras que no sabrán amar.
La vida duele cuando miras y no encuentras reflejos,
cuando las manos que ayer sostuvieron las tuyas
hoy se cierran como puños, frías y vacías.
El tiempo no cura, solo enseña a sangrar en silencio.
¿De qué sirve luchar si al final nadie guarda tu nombre?
Si los pasos que das se borran como arena en la orilla.
Los gobernantes juegan con sueños que nunca serán realidad,
mientras el pueblo mendiga migajas de su propia mesa.
A veces pienso en la oscuridad como un abrazo,
en la tierra callada que no juzga ni miente.
No es miedo lo que siento, sino cansancio eterno,
de ver cómo la luz se apaga sin dejar rastro.
Los días son largos cuando el alma está rota,
cuando las risas ajenas resuenan como insultos.
No hay dolor más hondo que saberse olvidado,
que amar sin ser amado, que dar sin recibir.
Si la muerte es un sueño, prefiero no despertar,
dejar atrás el frío de las miradas indiferentes.
No busco lástima, solo un poco de paz,
un rincón donde el tiempo no lastime más.
Pero sé que allá afuera, bajo el mismo cielo,
habrá alguien que también llora sin hacer ruido.
Quizás la esperanza no se apaga del todo,
solo se esconde en rincones que ya no visito.
Adiós a los que juraron y no cumplieron,
a los que vendieron su alma por un poco de poder.
El mundo gira, indiferente a mi partida,
y yo, al fin, descansaré sin tener que fingir.
—Luis Barreda/LAB