Qué ironía,
hablar de amor propio y valor,
cuando los ojos empañados por el cristal
ya no ven con claridad.
Ahí dentro, todo es confuso:
¿preferir ahogarme con la tapa cerrada,
el humo asfixiando mi garganta, mi ser,
antes que enfrentar lo que hay afuera?
¿O romper la botella,
aunque el vidrio me corte la piel,
si con eso evito morir
en un silencio lento y turbio?
Porque no es solo el humo lo que nubla,
es la mentira disfrazada de consuelo,
la promesa hecha con los dedos cruzados:
“No te vas a ahogar”, dijeron.
Pero te dejaste caer,
te convenciste de que no dolería,
de que podías flotar en ese encierro
sin perder el aire, ni perderte a ti.
Y olvidaste cómo respirar.
La salida duele,
sí, hay cortes que arden,
pero también hay pulmones que se llenan,
ojos que vuelven a ver.
¿Vale más la muerte lenta
que unos cuantos cortes
que sanarán con el tiempo?
Rompe el cristal.
Aunque duela.
Vas a poder respirar de nuevo.
“Para todas las que alguna vez creyeron que la comodidad era refugio.”
“Para las que se atrevieron a romper el cristal.”
Avi-