Te fuiste, y con tu adiós quedó mi calma,
despoblada de abrigo, mi alma gime,
el mundo, sin tu voz, se torna en salma,
y hasta el sol se avergüenza si me oprime.
Aún guardo de tu aliento la tibieza,
como un lienzo empapado en la ternura,
y me arrullo en el eco de tu belleza,
aunque duela abrazar la sepultura.
Tu nombre se desliza por mis labios
como rezo que implora tu retorno,
y en los días de cielos más agraviados
te busco entre la lluvia y su contorno.
Mi lecho es penitencia sin tu abrazo,
mi pan, ceniza, mi copa, abandono;
y mi existir, arrítmico y escaso,
se arrastra en un letargo sin perdón.
El aire me castiga si respiro,
la noche me flagela con su ausencia,
la bruma me recuerda que deliro
por besar tu silente reminiscencia.
Y te escribo estas líneas, dulcemente,
como un loco que ruega a su fantasma,
con el alma hecha trizas, lentamente,
añorando la piel que ya no plasma.
Mas al final, al fin, ya lo comprendo:
no eras amante, ni musa, ni quimera,
eras mi juventud, mi luz ardiendo…
eras yo, cuando aún valía la pena.