Hay cosas que nunca dijimos,
y sin embargo… pesan.
Silencios que se quedaron en el pecho
como cartas sin abrir,
como abrazos que se apagaron en el aire.
Yo me acuerdo de tus ojos,
de esa forma en que mirabas
como si entendieras todo
y no dijeras nada.
Y tal vez, si hubiéramos hablado,
si yo te decía lo que sentía,
si vos me contabas lo que dolía,
hoy seríamos otra historia.
Pero el tiempo no espera.
Y el orgullo tampoco.
Ahora solo quedan
los mensajes que no mandé,
las canciones que no te mostré,
los días en que te extrañé
y me callé.
No te culpo.
Ni me culpo.
Solo… fuimos dos personas
que no supieron decirse a tiempo
lo que el alma pedía a gritos.
Y eso duele.
No porque se terminó,
sino porque nunca empezó del todo.