Querida Remitente:
Leí tu carta
como se lee un mapa
que lleva al lugar donde uno
ya sabe que duele.
Y sin embargo, fui.
Sí, encontré tu voz
donde no había palabras
en el silencio entre estrofas
en las pausas que decían más
que cualquier verso completo.
Nunca me engañaron tus poemas:
sabía que había algo bordeando cada línea
como un secreto que respiraba
bajo el papel.
Lo sentí.
Lo sentía cada vez
que no me nombrabas.
Porque el amor, el real
a veces no cabe en el poema.
A veces solo se intuye
como el eco de un nombre
que no se dice
pero se piensa.
Gracias por no haberlo dicho todo.
Gracias por el temblor.
Gracias por no romper el poema
solo para que cupiera el dolor.
Yo también escribí
pero nunca te envié nada.
Porque lo nuestro, eso que no supimos sostener
pero tampoco soltar
no necesitaba papel.
Solo silencio
y ese extraño lenguaje
que ocurre
cuando dos personas
siguen hablándose
en lo que no se dicen.
Aquí estoy.
Dentro del poema.
No en el que escribiste
sino en el que aún te tiembla en los dedos.
Siempre contigo
desde dentro.
El ausente del Contorno del Poema de ayer, hoy se hace presente con una respuesta.
πΊπ