EL JUEGO DE LA IMAGINACIÓN
En un departamento con vista a la calle,
donde pasan motos, gente y semáforos,
Stephano espera a su papá con los pies descalzos
y un montón de ideas en la cabeza.
¿Jugamos? pregunta con voz de secreto,
como si el mundo pudiera detenerse.
Y el papá, que llega con el día en los hombros,
deja el celular, se quita los zapatos, y asiente.
No hay castillos ni dragones esta vez,
solo una manta vieja sobre el sillón,
dos sillas volcadas que son una cueva,
y una linterna que enciende la emoción.
En ese rincón, lejos del tráfico,
los dos inventan un bosque, una misión.
Se ríen, se empujan, se salvan la vida
de monstruos que nadie más vio.
Y por un rato no hay cuentas, ni correos,
ni tareas pendientes, ni reloj.
Hay un niño feliz y un padre cansado
que vuelve a ser niño con su voz.
¿Sabes qué es lo más valioso que tenemos?
pregunta el papá, entre risas y abrazos.
Stephano lo piensa, mirando el techo:
¿Estar juntos? ¿Querernos?
Eso mismo responde el papá sin decir más,
porque hay respuestas que se sienten,
como un abrazo largo después de un día difícil,
como jugar cuando todo dice que no hay tiempo.
Y así, entre cuentos, almohadas y cansancio,
construyen algo más fuerte que un castillo:
una memoria que crecerá con Stephano,
y le dirá, cuando sea grande:
Papá jugaba conmigo… aunque estuviera agotado.
© Corazón Bardo