Eterno Instante
En la quietud de la noche, bajo el manto estrellado,
miro tu rostro en calma, sereno y apacible,
cada suspiro tuyo es un verso callado,
cada latido un eco dulce e indeleble.
Tus pestañas se mecen como alas cansadas,
tus labios murmuran secretos sin voz,
y aunque el sueño te envuelve con sus alas plateadas,
yo prefiero velar, ser tu eterno guardián.
El tiempo se detiene cuando estoy a tu lado,
el mundo desaparece, solo existes tú,
tus manos tibias buscan mi calor en el frío,
y en ese instante infinito, todo cobra sentido.
No hay distancia ni horas que puedan robarme
la luz de tu risa, el fuego de tu piel,
porque cada segundo que paso contemplándote
es un tesoro guardado en mi ser.
Quisiera detener el reloj de la vida,
congelar este instante donde nada nos falta,
donde tu respiración es mi melodía,
y tu presencia, mi única patria.
No hay sueño que iguale la paz que me das,
ni fantasía que supere tu realidad,
porque aunque cierro los ojos y el mundo se apaga,
sigue latiendo tu nombre en mi sangre.
Y si el alba nos sorprende con sus hilos dorados,
no importa, seguiré aquí, sin moverme,
porque el amor no se mide en noches ni en días,
sino en eternidades de silencio y entrega.
Así, sin prisa, sin miedo al mañana,
me quedaré siempre donde tú estés,
escuchando el susurro de tu alma dormida,
acariciando el cielo que solo tú me das.
—Luis Barreda/LAB