El hambre (Soneto)
Y pasa el hambre, sombra sin abrigo,
buscando en cada umbral su residencia,
con paso sigiloso y sin clemencia,
se adhiere al hueso y duerme como amigo.
No exige más que un cuerpo desvalido,
se instala donde falta la obediencia,
y nunca pide amor ni penitencia,
le basta el frío y todo lo vencido.
No teme al rey, ni al juez ni a su decreto,
desanda los salones del Senado,
despierta en cada estómago un soneto.
Pero al fragor del pueblo organizado,
se esconde tras un muro en su secreto,
temblando entre las ruinas del Estado.