Te extraño en el luto del día vencido,
cuando el alba se pudre sin tu tibieza,
y el aire, doliente, gime oprimido
al no hallar tus huellas ni tu belleza,
sólo el eco funesto de lo perdido.
Te extraño en la noche, tan lenta y baldía,
cuando el cielo no arde, cuando no espera,
y mi carne se hiela sin tu porfía,
como estatua rota, sin primavera,
sepultada en sombras, sin melodía.
Extraño el refugio de tus brazos tibios,
donde el mundo calla su fiera contienda,
y el alma, en suspiros suaves y ambiguos,
hallaba reposo, como en dulce ofrenda,
donde no llegaban los vientos furiosos
Y sigo en penumbra, sin rumbo ni trazo,
con el pecho huérfano, el alma sin casa;
mi ser se derrumba, vencido y escaso,
por no hallar la vida, por no hallar la brasa
de aquel dulce amparo: tu último abrazo.