Homenaje al alma de Solentiname
Deja en paz al poeta
que está orando con martillos,
que ha sembrado en Solentiname
la palabra entre los lirios.
No lo invoques al silencio
ni lo encierres en vitrinas:
su rosario son los hombres
y su misa, las colinas.
Convierte en sus versares
el sermón en metralleta
cuando arde en los altares
la verdad de los profetas.
El poeta está escribiendo
con su sangre en el camino
no recita: resucita
pan y cielo campesino.
No lo invoques en estatuas
ni en latines sin sentido
que su Dios está desnudo
junto al pueblo dolorido.
Deja en paz al que escribía
con la voz de Nicaragua
el que hablaba con estrellas
y soñaba con las aguas.
Déjalo en su archipiélago
donde Cristo fue asamblea
y su verso, una trinchera
que aún resiste donde sea.
Solentiname fue para Ernesto Cardenal lo que Macondo fue para García Márquez: un microcosmos donde se fundieron poesía, fe, arte y revolución. Fue su hogar espiritual, su taller poético y su trinchera ética.