Fui un proyecto,
una proyección ajena,
un trofeo moldeado al gusto del otro.
Poco importaba si me rompía en el intento.
Fui molde sin voz,
muñeca de hilos invisibles,
hablando con palabras que no eran mías,
moviendo los brazos donde no quería.
Pero los hilos no son eternos.
Y cuando todo estalló,
no quedó más que un muñeco roto,
pedazos de molde quebrado
que nadie supo cómo juntar.
Intentaron pegarme,
pero no quedé igual.
Porque una vez rota,
no hay vuelta atrás.
Me quedé sin hilos,
pero también sin alma.
Vacío disfrazado de forma,
trozos cansados de tanto complacer.
Y sí, sentí rabia.
Por callarme.
Por ceder.
Por buscar amor en un escenario sin público.
Sentí resignación.
Porque entendí que ya no volvería a ser la de antes.
Ni siquiera quiero serlo.
Pero en el fondo,
muy hondo,
donde nadie más ve,
una chispa aún arde.
No por ellos.
Por mí.
Por cada parte que aún late,
aunque esté rota.
Por cada “ya no más”
que me empuja a renacer.
A mi modo.
Sin hilos.
Con alma.
Avi