Mi lengua se desangra en el silencio,
palabras que se pierden en el aire,
sin raíces que las sostengan,
mi voz es un temblor de la nada.
Mi sombra vaga descalza,
entre acentos ajenos,
cada paso es un idioma herido,
sin consuelo en sin transparencias..
Mi voz es un bencejo sin alas,
que cae en picado hacia el silencio,
su canto es un grito mudo,
que se estrella contra el muro del olvido.
Y aunque mi lengua sangre y mi sombra no halle nido,
resiste la semilla bajo el polvo del destierro;
porque en cada gesto humilde, arde el verbo redimido,
y en cada abrazo humano, renace un mundo entero.
Y entonces, con fuerza,
cantamos a los que abren sus brazos,
a los que ofrecen el horizonte,
a los ojos de los niños del exilio.
A los que alojan al que trabaja sin hogar,
al migrante acogido en el camino,
al cuidador que se ayuda con el que se va,
al mendigo que recibe la ofrenda del vino.
A los que comparten el pan y el calor,
a los que perdonan y aman sin condición,
a la madre que acoge al huérfano,
a los que hacen de la vida una lucha por la supervivencia.
A los que sueltan el odio y la venganza,
y en su lugar, ofrecen amor y compasión,
hacemos una poesía que cruce océanos,
y venza al terror, con la fuerza del corazón.
De Justo Aldú y P Sabag.