Antonio Miguel Reyes

Octavas reales

Octavas reales

 

Grandeza, heroísmo y memoria colectiva.

 

Nubes blancas dibujan en el cielo

estandartes de gloria en la mañana;

retumba el paso firme del anhelo,

como tropel que ruge en voz lejana.

Se alza la espada, al fuego con desvelo,

rompiendo aires la furia tan temprana;

y un pueblo, fuerte, al fin se reconoce,

cuando su historia vive y resplandece.

 

La aurora se alza clara en la frontera

y tiembla el campo al paso de corceles;

brilla la lanza ondea la bandera

se quiebran yugos, tiemblan los laureles.

La voz del pueblo suena en su trinchera,

retumba el cielo y cantan los más fieles

hoy no hay más ley que el hierro del valiente,

ni más verdad que el alma en su torrente.

 

Del monte baja un eco de batalla,

relincho de caballos marcan eco;

el sol, ardiente, al filo de la valla,

sangrienta luz derrama sobre el seto.

Ya no hay temor ni tregua ni muralla,

solo el deber ardiendo en cada gesto.

Y si el valor sucumbe en la caída

Su nombre arderá toda la vida.

 

Las manos forjan pueblos con el barro,

el surco y la ceniza son destino;

sin templo ni pendón, pero bizarro

avanza el hombre libre en su camino.

Ya no se escucha el canto del desgarro,

solo el latir de un mundo nuevo y fino.

No hay dios ni rey que tuerza su coraje,

ni sombra que lo arranque de su viaje.

 

Sobre los muros ruge la memoria,

cada ladrillo canta su lamento;

más entre ruinas nace nueva historia

con otra luz, con otro fundamento.

No hay paz que no se pague con la escoria,

ni honor que no provoque algún tormento.

Pero en la herida sana la inquietud,

y en cada muerto vive la virtud.