Por Humberto Frontado
Tras rendirle los más altos honores,
uno tras otro se acercó
a la larga mesa del salón oval.
Unos, precavidos,
otros más ávidos,
buscaban con ansia su lugar
por correspondencia social.
Haciéndoles agua la boca,
los comensales contemplaban
suculentos platos,
ricos en proteico saber.
Aguardando el momento,
el Supremo en la cabecera
cerrando sus ojos
dió la señal con su erecta diestra.
Seso y corazón,
partes nobles,
apetecibles trofeos selectos
para deglutir el alto mando tribal.
A cada estrato del componente social,
según su investidura,
se le cedió su porción del bacanal.
Huesos de chocozuela y osobuco,
portadores de concentrado colágeno de sapiensa,
fueron cedidos a ancianos y pensionados.
Mondongo y vísceras,
plato extenso,
para la mayoría del pueblo
ungido de hambre vieja;
devoradora sin prejuicio ni compasión.
Con la panza a punto de reventar,
entre eructos y hondas flatulencias
buscaron acomodo en sillas, muebles, suelo.
Pasados los días
el sabio tiempo
aclaró el espectro de la cena:
habían devorado todo rastro
de razón y sapiencia en la polis.
29-06-2025