Alejandro Tapia

Sol enemigo.

Sol enemigo.

 

 

 

Omnipotente, soy luz y muerte

una boca abierta que todo devorará

entre lenguas de oro y rabia.

 

Ígneo perfecto, giro desde lo que llaman siempre

y perpetuo aborrezco todo lo que es tan pequeño que no lo veo...

a lo que nace, crece, enloquece y muere apenas en un momento.

 

Hétero, soy orden, juez y parte 

parte y todo pues estoy completo

lo que ustedes sueñan ya lo tengo.

 

Yo soy el único omnipotente 

ése al que tanto te encomiendas 

nació tan condenado como tú

y ambos serán devorados con negrura,

tiraré una runa amarilla y les quemaré primero el alma

represento la tiránica brevedad que te ahogará, siempre-soberbio quiste.

 

Con sólo escuchar mi voz te quemarías,

lo presentías, tuviste sueños

premonitorios de fuego consumiendo

lavanda y mirra y aun así ¿creíste que podrías?

¿hasta ahora que las ampollas se revientan es que lloras?

debías de entender antes que si volaste tan alto fue porque así lo quise.

 

Soy un corazón mecanizado que palpita

rehén en la disonancia infinita...

y cuando deje de latir, nos llevaré a todos 

al silencio de negro saturado.

 

Omnipotente soy sólo yo

llámame a mí antes de morir

como todos los antes y los después de tí

reconozco en ti el olor acre del pavor

que suda aquel que pierde toda esperanza,

imaginar debiste el terror inconmesurable

que sólo puede sentir el que tiene a Dios enfrente.

 

¡Ícaro! Te maldigo a rebotar contra la tierra tres veces al caer

y a toda tu estirpe la condeno al dolor eterno,

a morir con todos los huesos rotos, 

siempre con ambos ojos colgando de sus cuencos,

a no ser llorados, ni despedidos nunca...

y que sea hasta el último vastago

siempre enterrado entre espinas...

y derramado el perfume de mandrágora y alabastro.