No siempre ladra el que odia.
A veces, calla… y se arrastra.
Te sigue por cada esquina,
con su juicio bajo el alma,
como si el rencor pensara.
No da “me gusta”, no aplaude,
pero está en todas las salas.
No comenta, no te nombra,
pero en su rutina amarga,
eres el eco que embalsama.
Finge que no te ha leído,
pero te estudia con calma.
No busca inspiración,
busca grietas en tu espalda
donde clavar su nostalgia.
No escribe, solo vigila.
No crea, solo compara.
Y en cada verso que escupe,
le delata la garganta
la envidia que no descansa.
Te niega con compostura,
pero su sombra te alcanza.
Y en su intento de borrarte,
te memoriza en su casa,
te archiva bajo su rabia.
Así va, sin voz ni forma,
sin gloria, sin madrugada…
Persigue porque le duele
la luz que no se le escapa
aunque viva en su ventana.