Juan Diego Kammler

Lagrima Furtiva

En los albores de brumas y auroras veladas, 
cabalgó, un caballero de anhelos infinitos, 
tras aquel amor imposible tejido en las redes del viento, 
donde gime el susurro de voces sin espectro.


Buscó en remolinos de polvaredas silentes a la silueta de su dama, reflejo de un sueño etéreo; 
pero sólo halló el eco de su propio latido, 
martillo implacable que forjaba su esperanza.

Esperó y esperó, su voz ahogada en el tiempo, 
como río atrapado tras muros de granito; 
esa fe era el estandarte ondeando al vacío, 
era el deseo, una antorcha contra el abismo.


Entregó cuanto pudo: fe,  aliento y sangre, 
ofrendó versos nacidos en noches sin luna, 
colmó el aire de promesas que se disolvieron, 
víctima indiferente de la rueda inclemente.


La dama, figura de niebla y candil moribundo, 
no atendió los clamores ni acogió su lamento; 

El vio cómo su imagen se disgregaba al alba, 
gota de rocío que el sol abraza y muere.


Abatido en el olvido, yerto bajo el fulgor mortecino, 
sus manos se alzaron buscando un último refugio. 
Mas el viento, cómplice de sombras errantes, 
le devolvió un lamento sin rumbo ni consuelo.


Fue una lágrima furtiva en el océano del tiempo, 
un suspiro tallado en mármoles de niebla, 
el ente rendido ante aquel espectro del destino, 
víctima perpetua de un querer sin cuerpo.

Hoy su estela vaga en remolinos de polvo y ceniza, 
alma enlazada a un amor que jamás se posó; 
y en cada brisa nocturna, si cierras los ojos, 
oirás su voz: eco eterno de una pasión que huyó.