No se lanza de golpe al abismo, no por miedo, sino por respeto a su corazón.
Observa, siente, escucha.
Porque para ella, amar no es un juego: es arte, es intuición, es complicidad tejida en silencios y palabras.
Cuando le gusta alguien, su mirada cambia.
Se vuelve más atenta, más luminosa.
No necesita decirlo todo de golpe; sus gestos hablan por ella.
Un mensaje a media tarde, una pregunta que demuestra que sí estuvo escuchando, una sonrisa que se le escapa cuando habla de quien le mueve.
Le gusta sentir que construye, no que improvisa.
El amor, para ella, no se basa solo en lo bonito, sino también en las conversaciones incómodas, en el esfuerzo compartido, en cuidar incluso cuando el otro no lo pide.
Puede parecer fuerte por fuera, y lo es, pero dentro guarda una ternura inmensa que no todos conocen.
Cuando se entrega, lo hace con todo: con detalles, con lealtad, con una mezcla preciosa de pasión y paz.
No busca un cuento perfecto.
Busca a alguien con quien escribir un libro honesto.
Donde se lloren páginas, se rían capítulos y se abracen los finales abiertos.