¡Oh! fémina de estirpe tan perfecta,
costilla que perdí por fiel mandato;
al cielo fue mi rezo, y mi relato,
sólo un Dios pudo alzarte tan selecta.
Sirena, que mirarte el alma infecta
de un gozo tan divino y tan sensato,
el brillo de tus ojos es el trato
que sella lo perfecto y lo que afecta.
Si eres pecado, entonces bien lo abrazo,
pues no hay mayor perdón que tu figura;
ni el cielo ofrece igual arquitectura.
Y si al mirarte caigo en el fracaso,
feliz será mi ruina y mi locura,
por tu belleza muero de amargura.