En la penumbra eterna, donde Hun-Camé
y Vucub-Camé tejen la noche sin fin,
surgen ángeles de alas abrasadas,
con luz que al abismo reta su festín.
Los señores del miedo, jueces sin rostro,
murmuran con lenguas de obsidiana helada,
y en el aire danza el rocío secreto
de querubines con la frente alzada.
En ese umbral de ceniza y lamento,
donde la cruz sangra su fe milenaria,
ángeles entonan salmos de jade,
y mezclan incienso con sombra sagrada.
Chilam Balam gime en lengua olvidada,
su canto es puente de ramas quemadas,
el cristo sin trono, el jaguar sin nombre,
bailan su duelo entre tumbas selladas.
No es la muerte, sino el alba escondida,
ángeles rotos guardan el portal:
del Xibalbá surgen con fuego y penumbra,
centinelas vivos de un pacto ancestral.
Cuando la serpiente emplumada despierte
y bese al arcángel de alas de sal,
la noche se quiebra, los siglos respiran,
y el alma regresa al templo solar.
Y allí -en la grieta del tiempo abolido-,
brotará del barro un verbo encendido:
la palabra flor, el canto raíz,
el mundo rehecho, el dolor redimido.
JUSTO ALDÚ © Derechos reservados 2025.