Se escucha un extendido quejido…cubierto de penumbra,
ajustado a lo sombrío del hastío.
La desidia apoderada del desastre cotidiano…
donde es improbable oponerse…
a ver como se ha de malgastar el tiempo.
Se consume la jornada…
sin dar cuenta de nada,
no le importa en absoluto lo existido,
asume tácitamente que todo está perdido.
No tiene ya sentido querer mantenerlo vivo,
si hace tanto que desfallecí de angustia,
y que coincidencia asoma ahora…
haciendo cuenta de lo que digo…
esta tristeza tiene la misma edad que tu despedida…
¿Pero cuál despedida?
si no dijiste ni siquiera adiós…aquella tarde cruel…
cuando tomaste la arbitraria decisión de huir de nuestro destino.
Infame fue tu sentencia…
no tuviste piedad,
ni un mínimo de compasión pudo conmover tu corazón,
nada,
te mostraste como un ser inerte,
tan frio como el invierno más despiadado,
tan indiferente como quien niega a un extraño.
Pero podrán pasar mil años…y mil vidas,
abriles, agostos y diciembres incontables,
inconmensurables…
y no han de lograr extinguir este delirio…
que sigue palpitando entre las cenizas de tu abandono,
pues le sobrevivió a la indolencia más atroz,
se hizo amigo de tu indiferencia…
y se volvió inexplicablemente perpetuo,
imposible de descifrar…tormentoso de asimilar…
inalcanzable.