El viento es el límite exacto de mis sueños,
sus ráfagas de silencio que fragmentan el alma,
la auto suficiente, autárquica y presuntuosa,
que se conmueve con la simplicidad de una hoja,
volando sin tiempo, sin espacio ni tormento,
volando en la eternidad del momento,
llevada por el viento,
hasta la desembocadura de los anhelos.
El viento, que no resiste la acometida del olvido,
y agita el latido hasta la periferia del deseo,
transformado la quietud en torrente de lo hecho,
en brisa marina que da tiempo al tiempo,
a la espera de la palabra,
de la presencia y el beso.