Me asomé a sus pupilas tan inquietas,
de colores celestes;
y miré que en su fondo palpitaban,
del amor; suspiros tenues.
Y leyendo en sus ojos los poemas,
que el alma siempre encienden;
contemplé que guardaban los soñares
que vibran vehementes.
Y sentía mi pecho tremolante
por el ritmo que tienen,
del amor, los arpegios que deslíen
tonadas que estremecen.
Y mirando en su brillo la dulzura
que la pasión posee;
me quedé de su encanto esclavizado
suspirando con fiebre.
Autor: Aníbal Rodríguez.