Don Rigoberto era un señor de 83 años, campeón mundial en perder cosas dentro de su propia casa. Un día, mientras buscaba sus anteojos (que los tenía puestos), encontró un control remoto que no había visto jamás. Era negro, brillante, y tenía un botón rojo que decía: “NO PRESIONAR”.
¿Y qué hizo Don Rigoberto?
—¡A mí nadie me dice qué hacer! —gritó con orgullo rebelde, y apretó el botón rojo como si fuera el botón de la felicidad.
En ese preciso momento, el televisor prendió solo, el ventilador giró al revés, su gato empezó a maullar en japonés y la licuadora hizo un batido de aire con nada. El control era… poseído.
—¡Marta! —gritó Don Rigoberto a su esposa— ¡el televisor me quiere morder!
—¡Es tu karma por cambiar el canal cuando veo novelas! —le respondió ella desde el baño.
Cada vez que apretaba otro botón, pasaba algo peor:
El botón de volumen le aumentaba el hambre.
El botón de “mute” lo dejaba calvo por 3 segundos.
El botón de “Netflix” lo transportó al sillón del vecino, que estaba comiendo pizza.
Al final, Don Rigoberto intentó tirarlo por la ventana. Pero el control rebotó en el árbol, cayó en su sopa y le dijo en voz robótica:
—Actualizando abuelito. VERSIÓN 2.0: Ahora también cocino.
Desde ese día, Rigoberto no mira tele. Mira la pared. Dice que es más tranquila, no lo transporta a casa ajena… y además, no le pide actualizaciones.