El poeta miente, es cierto,
con la voz y con el verso,
pero es un mentir abierto,
que desarma el universo.
No miente por cobardía,
ni por buscar atención,
miente porque la agonía
no cabe en su corazón.
Dulcifica lo que duele,
pinta el lodo con colores,
convierte clavos en mieles
y naufragios en amores.
Habla de soles que arden
cuando en su pecho hay invierno,
y hace cantar a los mártires
en su infierno más eterno.
Toma el dolor más oscuro,
lo disfraza de metáfora,
y en su lenguaje maduro
todo se vuelve parábola.
El poeta no es farsante,
aunque embellezca el quebranto,
es jardinero errante
que florece desde el llanto.
Si escribe que está contento
cuando en verdad se deshace,
es que el alma, en su tormento,
se salva cuando se disfraza.
Así miente, así respira,
así sostiene su arte,
no por tapar su mentira…
sino por no desangrarse.