En las Manos del Cielo
El ave descansa en el viento ligero,
la piedra reposa en el suelo severo,
el pez halla calma en el agua serena,
y yo... en las manos de Dios, mi cadena
de angustias se rompe, hallo mi asiento,
en Su abrazo eterno, mi firmamento.
Pedí agua sencilla, un sorbo vital,
Dios me dio un océano, un mar celestial.
Las olas cantaron su amor sin igual,
inundando mi ser con su fuerza inmortal.
Pedí una sola flor, frágil y bella,
Dios me dio un jardín que a mis pies se estrella.
Mil colores vibrantes, aroma que huella
el alma, promesa que en mí se sella.
Pedí un árbol fuerte, sombra y sostén,
Dios me dio un bosque entero, un vasto edén.
Raíces profundas bajo el sol también,
refugio de vida, un eterno vaivén.
Pedí un Amigo fiel, un corazón bueno,
Dios trazó tu camino, llegaste al terreno
de mi soledad... ¡Y en tu encuentro pleno,
hallé el don más puro, claro y ameno!
Ama, pues el amor es la llave dorada
que abre las puertas a la vida anhelada.
Sin él, el espíritu yace quebrada
la luz. ¡Ama fuerte, con el alma inflamada!
Cree, pues la fe es la llave que abre la puerta
a la esperanza cierta, jamás desierta.
Es fuerza que alienta, vigía que advierte,
que en la noche más larga, el nuevo día acierta.
Sonríe, pues la sonrisa es la llave sincera
que abre el cofre precioso de la amistad verdadera.
Un puente de gozo que el mundo prefiere,
un sol que en los rostros su calor esparce.
Y siempre confía en Dios, sin temor ni dudanza,
Él es la llave maestra, la eterna esperanza,
la fuente del Ser, la divina pujanza,
la clave segura de la eterna bonanza.
En Su mano reposa tu ser y tu andanza,
el Alfa, el Omega, la luz y la ganancia.
—Luis Barreda/LAB