Aquella, comiendo callada, tiene algo.
Algo tiene.
Sin equivocarse, sabe.
Sabe cuántas, entre lágrimas:
las que absorbe su piel,
las que su mano limpia,
y las que ahora carga en su vestir.
Esa que, enferma de tristeza,
no adormece su pena con lástima ajena.
De tanto que se quiere,
lástima es, por final, lo que siente de su vivir.
Está entretenida en su monólogo,
por su avaricia, ya ni su voz es sabida.
Nadie la entiende.
Nadie lo hará.
Por lo menos, no como le gustase.