No dejo bienes.
No tuve patria.
No tuve techo.
Solo un puñado de versos
que nadie pidió.
A quien se atreva a leerlos,
le lego mi hambre.
A quien escuche mi sombra,
le dejo mi rastro.
No firmé ningún pacto.
No heredé salvación.
Mi linaje fue el fuego
y una duda constante.
Guarden este cuerpo
en una página en blanco.
Entiérrenme
con un nombre que aún no exista.
Y si preguntan por mí,
digan que fui
un hombre
que no se arrodilló.