tú, que yaces en la bruma,
no eres luz ni sombra, sino el umbral;
desnuda de tiempo, piel de espuma,
inerte entre el pulso del bien y el mal.
No vienes del oro ni del espino,
ni del canto fácil, ni del clamor;
mas del polvo hondo, verbo divino,
mordidas de fuego , noche sin flor.
Tus ojos no me miran: me desdibujan.
Tu voz es soga, vértigo, cruz.
Tus manos a dioses se asemejan
cuando deshojan pétalos de luz.
No eres del mundo: lo antecediste,
mujer del barro, madre del fin;
por cada beso que me embestiste
se quebró un astro, calló una estatua .
Te vi en la grieta donde no hay cielo,
donde los cuervos imploran sol;
y fue tu risa ceniza en vuelo,
y fue tu pecho fue el fuego que me dio calor.