“No tengas miedo de herirme,”
me dijiste,
como si no supieras
que yo soy tormenta con manos suaves,
que yo muerdo
pero también curo.
Te advertí con la mirada:
soy cicatriz y alivio,
soy veneno que besa lento,
pero tú insististe
en dejarme pasar.
Y ahora estoy aquí,
con las manos temblando de ganas,
la boca llena de tu nombre,
y el eco de tu frase
repitiéndose en mi piel:
\"muérdeme.\"
No sabes lo que hiciste.
Me diste permiso.
Y eso...
eso es más íntimo que desnudarse.