Lee, pero no digiere,
repite lo que ha leído,
nunca piensa lo asumido,
ni duda de lo que quiere.
Su mente nunca interfiere,
solo mastica y escupe
la opinión que otros le ocupe,
y en su pecho sin sustancia,
vomita con arrogancia
palabras que no se agrupe.
Aplaude rostros vacíos,
halaga a quien más aparenta,
y su palabra violenta
se esconde entre desafíos.
Se arrastra entre desvaríos,
como víbora que abraza,
y si el viento lo rechaza,
cambia verso y de bandera,
pero no cambia su espera:
el día en que el mundo lo abrasa.
Dispara sin rumbo claro,
juzga a todos sin espejo,
su verso carga el reflejo
del que calla por descaro.
Su teatro es tan precario
que en cada estrofa amenaza,
pero nunca da la cara
ni sostiene su argumento.
Se alimenta del lamento
y la duda que te abraza.
Sigue cada paso ajeno
como espía disfrazado,
no por gusto, ni educado,
sino para ver el trueno.
No soporta ver el cieno
en su espejo sin reflejo,
quiere ver caídas lejos,
y si alguien sube, lo araña.
Su silencio es telaraña
que teje desde su eco.
Se defiende como el gato
panza arriba, sin razón,
te ataca con su pasión
cuando lo acorralas reto.
No sostiene un solo dato,
pero jura ser testigo,
es enemigo y amigo,
según sople la marea,
y a quien lo reta, lo mea
con su verso sin abrigo.
Admira a quien se disfraza
con perfil que no es el suyo,
le teme al verbo muy tuyo
y a la verdad que lo arrasa.
Adula sin una traza
de convicción verdadera,
sigue a quien tenga bandera
aunque no sepa de viento,
y en su aplauso va el lamento
de su máscara viajera.
Siempre analiza al que guía,
aunque el agua esté dormida,
vigila toda su huida
aunque no arrastre la vía.
Mira el remo y desconfía
aunque no haya travesía,
pues al que avanza en su día
lo acecha desde la orilla,
no por fuerza, ni por envidia,
sino porque no podría.