Labio, mantequilla, tostada,
tentación, filo, corte, sangre,
sucesión de Fibonacci, narra
tiva escueta de un desayuno.
Labio superior —si soy exacto—,
no desperdiciar nada y menos
lo que se come, lo que entra
por la boca —impreso en mi ade
ene—, tal que, tras la grietecilla
se desató un hilo de sangre
diseminado por el instinto chupa
dor, la saliva expresa su natural
desinfectante y contiene la hemo
rragia, el sabor acre, como a aspi
rina de fiebre cuando infante, conec
ta con recuerdos ya instalados.
Sereno dejo que mis defensas
hagan su trabajo —tiro de histó
rico— y la grietecilla, casi por en
salmo, va cerrándose, claudicando
ante la fiereza de mis soldados.
Labio, mantequilla, tostada...
y un rastro de sangre queda
sobre el pan mordido, crónica
de una batalla cruenta y feliz,
escrita en cursiva y con letra
capital al inicio de cada frase
en los mejores cronicones, el café
refrendando la astringencia
de la saliva, aportando su particu
lar acidez, su antioxidancia,
su energizante chute de vitalidad,
hasta que, cerrada, se me abre
la veda para volver a chupar
el cuchillo —esta vez en la memo
ría el último desaguisado— tocando
con el labio el filo no cortante.
Acabo de lavar los platos...