Como si el roce no fuera un muro para mí,
sino un puente que cruzabas sin miedo.
Y yo te dejaba, por extraño que pareciera,
te dejaba quedarte ahí, en mi borde.
Y aunque yo me congelaba un poco por dentro,
aunque mi cuerpo no entendía ese idioma,
tú insistías en hablarlo con tu contacto,
rompiendo silencios que yo no sabía cómo nombrar.
Me tocaste tantas veces
que empecé a pensar que debía acostumbrarme,
como si ceder fuera lo mismo que amar,
como si decir que sí fuera más fácil que explicarte
que el contacto me dolía.
Heriste mi cuerpo,
como ya antes habías herido mi alma.
Sabía que estaba mal, pero aun así lo permití,
permití que dañaras más allá que solo mis sentimientos.