El Silencio
Después del amor
y después del adiós,
queda el silencio.
No el que duele,
sino el que observa.
El que recuerda sin palabras,
el que guarda los restos de los besos
como piedras sagradas.
El silencio es quien barre la casa
cuando todos se han ido.
El que seca las lágrimas
sin preguntar por qué.
Aquí estoy,
dijo el silencio,
y no hizo falta más.
Porque su voz era la última caricia,
el hueco donde antes hubo un abrazo,
el eco de todo lo que alguna vez
fue amor,
y ya no es.
Y sin embargo,
qué paz.
Qué forma de seguir viviendo
sin hacer ruido.
Qué manera tan pura
de seguir amando
desde la ausencia.
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Amor y muerte se besan en mi boca,
amor en mis labios, la muerte en los tuyos.
Amor,
yo no supe amarte sin morirme un poco.
Tu piel me llegaba como un presagio,
como si la muerte tuviera tu nombre
en un sobre de cartas abiertas
y besos sellados con la sangre.
Te amé con la torpeza de un dios caído,
con la desesperación de los cuerpos
que se saben polvo antes del alba.
Cada caricia era un ataúd de fuego,
y sin embargo,
yo te abrazaba.
La muerte no llega con la hoz.
Llega contigo.
Se sienta a la mesa,
bebe de mi copa,
ríe con tu risa.
Tiene tu perfume de sábana tibia
y tu forma de cerrar los ojos
cuando el mundo duele.
No hay diferencia ya entre morir
y decir tu nombre en voz baja.
Entre respirar y recordarte.
Entre desearte y cerrarme los ojos
para siempre.
Y sin embargo, amor,
yo te seguiría amando
como un loco que ama a su verdugo,
como un niño que canta en medio del incendio.
Te amo,
aunque eso signifique
seguir muriendo cada vez que me besas.
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Te amo más desde la ausencia.
cuando tu ausencia camina descalza por mi casa
y se sienta a fumar donde tú solías leer.
Hay algo en tu silencio
que me toca más hondo que tu voz.
Es un eco de ti,
pero sin palabras,
como si el amor
sólo pudiera decirse con lo que se calla.
No es que no quiera verte.
Es que tu vacío tiene tu forma exacta.
Tus pasos aún tiemblan en la madera,
y la silla te espera
como si supiera que volverás.
Yo te amo más cuando no estás,
porque entonces no discuto con tus gestos,
ni con el reloj que te apura,
ni con el mundo que te arrastra lejos de mí.
Tu ausencia es más mía que tú.
Porque cuando estás,
te comparto con la vida.
Pero cuando no estás,
eres solo mía,
en el recuerdo,
en el deseo,
en este poema
que escribo con la respiración detenida.
Y no sé si eso es amor
o un hábito triste,
pero me sostiene,
me llena los bolsillos del alma
y me acompaña
como una herida que aprendió a no sangrar
y camina tranquila bajo la lluvia
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Y entonces ella tomó mi mano
y el paisaje floreció por todos lados…
Las ramas viejas recordaron su verde,
el aire supo a pan recién hecho,
y hasta los pájaros que no cantában,
volvieron a inventar la mañana.
No dijo nada,
pero en su silencio había una patria,
una promesa sin palabras,
una casa construida con piel y susurros.
Mis dedos, que antes temblaban en la lluvia,
encontraron abrigo entre los suyos.
Y el mundo hostil y desmayado,
se volvió leve.
Se volvió cielo.
El asfalto soltó sus grietas,
la ciudad dejó de ser jaula,
y los semáforos titilaban
como luciérnagas indecisas.
Todo, absolutamente todo,
se volvió suave bajo su tacto.
Y entendíe entonces,
que a veces no hace falta nada más:
ni discursos,
ni promesas,
ni minutos.
Basta una mano tomada a tiempo
para que el universo recuerde
que el amor tiene su cita y sus instantes
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Te fuiste.
pero no se a dónde,
al cielo o mi pecho.
Te llevo conmigo,
como se lleva un secreto,
como se lleva un pedazo de cielo
en la piel.
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Mientras la hoguera arde
distorsionando tu rostro,
se han sentado a mi lado
el amor y otros demonios…
No dijeron palabra.
Solo me miraron con tus ojos prestados,
como si supieran que yo ya no soy nadie sin tu furia.
El fuego silba mentiras antiguas,
y tú sigues nublada por las sombras,
pareces decirme adiós sin abrir la boca.
El amor huele a madera quemada,
a promesa quebrada bajo la lluvia.
Y los demonios beben de mi vaso,
se ríen con tu voz nacarada,
acarician mis heridas con tus dedos indelebles.
Yo no los echo.
Los dejo quedarse.
Total, ¿qué sería de mí sin esta compañía que duele?
Alguien canta lejos,
pero es una canción sin fe.
Como nosotros.
Como esto que fuimos
y se consumió con las brasas.
No sé si besarte o pedirte perdón,
no sé si gritar tu nombre o callarlo para siempre.
Porque cuando el amor se sienta con los demonios,
uno entiende
que el alma también puede partirse sin mucho ruido,
como un leño que arde resignado,
sin rencor, sin malicia,
sin llamar a nadie.
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El amor
no sabe quedarse,
pero siempre promete volver.
Llega envuelto en humo,
con los ojos cansados de la distancia,
con un silbido que atraviesa el pecho
como si alguien te dijera
“aquí estoy… aunque no por mucho”.
La distancia besa las estaciones
como los amantes se buscan en la oscuridad:
rápido, torpe,
con todo el cuerpo,
pero sin tiempo para decir lo que duele.
Hay amores que se van perdiendo:
dejando atrás pañuelos,
lágrimas que no se recogen,
nombres gritados en el andén
que se pierden entre el hierro y el eco.
El amor tiene rieles en vez de raíces,
pero también tiene corazón:
late en cada cruce,
en cada puente que vibra
como una carta no leída.
Y aunque el viento los empuje,
aunque el mundo cambie de mapa,
siempre queda la ilusión
de que uno de esos trenes
te traiga de vuelta.
Y yo, que he vivido esperando horarios imposibles,
me he hecho nido en la estación,
con los ojos puestos en el humo,
y el alma abierta
como los brazos
de quien ama sin detener a nadie.
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Y lo nuestro, amada,
era como el amor de los trenes en la madrugada…
ruidoso, breve,
lleno de humo y destino.
Nos cruzábamos entre sueños
como vagones que no se tocan,
pero se reconocen
por el temblor de la vía.
Tú ibas al norte de tu alma,
yo bajaba al sur de mi herida.
Y en medio y en el siempre
el silencio
haciendo de estación vacía.
Te amé con la urgencia
de los boletos sin regreso,
con la certeza de que eras
paisaje visto por la ventana:
hermoso, fugaz,
irrecuperable.
Y cuando partías
yo quedaba con el pecho encendido,
como un andén después del último tren:
sin pasos,
sin besos,
con el eco del silbido
desgarrando la noche.
Sí, amada,
lo nuestro era como los trenes
en la madrugada:
una promesa que ruge,
una ternura que se va,
una despedida que siempre regresa
a donde nadie espera.
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Te vi partir,
aunque tú creíste que eras tú quien se quedaba.
Yo también fui humo,
metal que cruje,
ventana empañada por nombres que no se dijeron.
Lo nuestro era asi,
era como el amor de los trenes en la madrugada:
ruido de llegada,
forma de despedida.
Me fui con el pecho lleno de tus palabras
que nunca terminaban de ser poema,
y tú te quedaste con mis miradas
que nunca supiste traducir.
No era falta de amor,
era exceso de viaje.
Demasiado equipaje para tan pocos abrazos.
Demasiados mapas,
y ni una sola estación común.
A veces, en otras madrugadas,
siento que pasas cerca,
No te veo,
pero me llega tu silbido triste,
como quien pide perdón sin voz.
Y te pienso,
como se piensa a los amores que duelen bonito,
que no dejaron hijos,
pero sí un rincón del alma rendida.
Tal vez…
en otro mundo
coincidimos en el mismo andén,
sin prisas,
sin minutos,
y por fin, por fin
bajamos juntos.
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Lo que queda cuando el amor se va.
no puedo decir que me dejaste solo,
tu voz solto la ultima onda en la lejania,
cuando yo volteé solo habia pétalos en el agua.
Me dejaste una taza sin sorbo,
un café con aroma humeante a tu dulzura,
y el eco de tus pasos en las paredes del alma.
Quedaron tus peines sin guerra,
el cajón de tus medias esperando tu aroma,
y la puerta abierta como boca de pez sin agua.
Lo que quedó fue una silla que no mira a nadie,
el calendario con un mes arrancado,
una almohada que huele a invierno.
Y aún así, te espero.
No porque esté cierto de que vuelvas,
sino porque sigo aquí,
donde el amor fue.