El tiempo es un rayo de ocaso,
chispa última del día que muere,
claridad vencida que,
apenas si resiste la noche
en un llanto estéril colmado de penumbra,
con la fuerza opositora que atormenta,
cuál viento siempre en contra.
Mi lenguaje es una voz que ha aprendido
el duro arte de enmudecer,
donde las palabras no trascienden la metafísica,
donde los gestos se agriaron en la cara
y la expresión es una eterna confusión de días.
Mi cuerpo lleva el peso yerto
invisible que impide avanzar
con un regazo infecundo, donde el abrazo
no engendra calor ni compañía
y los pasos deambulan el sendero
que nadie desea transitar.
La mente es un río tapiado de basura,
Corriente muerta bajo los escombros
del descuido y la soledad,
con un cielo gris que se cierne de tormenta
y un péndulo gastado de oscilar.
Y es que la vida
es una danza de pies monótonos
que trasciende en inviernos,
con un cuerpo ataviado de dolor.
que se aferra al destino
con que todos nacemos.
A veces, un mínimo destello,
cruza el silencio
como el temblor de un alba,
pero pronto se apaga
en la sombra tenaz de lo eterno.