Te acercabas con voz de domingo,
suave… como si el universo te susurrara a mí.
Y yo, tan lleno de dudas,
fingía no verte… porque verte me dolía.
Tus ojos decían “quédate”,
pero mi miedo gritaba más fuerte.
Me escondí en silencios torpes,
como quien prefiere perder a confesar.
Te fuiste con paso elegante,
como si el dolor fuera parte del outfit.
Yo me quedé con mil “qué habría pasado si…”,
escribiendo tu nombre
en hojas que nunca te iba a enviar.
“Ojalá nunca hubiéramos sido amigos”…
fue tu última línea.
Y yo…
fui ese tipo que te quiso mal,
no porque no te amara,
sino porque no supe cómo se hacía.