Siempre creí que hallaría en ti
la esperanza y la fe,
aun cuando mi larga tristeza
y mi inminente fenecer
parecían ahogarme,
y las centellas
de un amanecer sombrío
lo desdibujaban todo.
Nació en aquella cena,
la de mi amada nuez,
donde mi planteamiento
se hizo voz
y, desde esa noche,
transformaste la duda
en una oportunidad,
tejiendo lazos que hoy nos unen
en un plano de amistad.
En aquellas llamadas dramáticas,
puse mi cruda verdad
en tu límpido ser,
y tú supiste iluminar
mi difícil acontecer.
De tu alma buena brotó
un corazón noble
que marcó el hito
de nuestro encuentro.
Me trataste cual niño soñador,
con tu ternura,
dándome destellos del sol,
escuchando mis gritos
y devolviendo a mi sendero, color.
Sin duda, un verdadero milagro
para este padre urgido
que con tus alas
de nuevo pudo volar
y mejorar el nido,
el lar, su hogar.
Fue encantador
aquel nueve de junio,
cuando con tu esplendor
me colmaste de sueños.
Hablamos y me tendiste tu afecto,
dando gran apoyo a mis párvulos,
y regresé a mi terruño,
satisfecho y motivado.
Honré compromisos
y desde la distancia,
celebramos en familia,
gracias a tus generosos preámbulos,
frutos de tu espíritu fecundo
y desprendido mundo.