Los fragmentos del olvido
que se me estrellan en los nervios,
que me arrastran al abismo
que me consumen y habitan
derrochándose por entero,
que se resisten a extinguirse
que rabian en la penumbra,
como un desconsolado animal herido.
La cobardía de la desidia
no acaba de extinguirse
me vive y consume el día a día,
entre el dolor de lo perdido
que no termina de punzar.
¿Cómo puedo gritar,
a quién he de reprochar?
¿Quién soy para pedirte cuentas
por la soledad a la que me conminé
por mi deseo estéril de amarte
como loba enfebrecida?