karonte

Caballo de silencio

 

No vengo a gritar verdades,

pues mueren si se pregonan,

en la masa se abandonan

como espejos sin lealtades.

Traigo velos y mitades,

no certezas ni castigos,

voy susurrando los higos

de un árbol que no da fruto,

pues el verso más astuto

va sembrando sus testigos.

 

Montado voy, sin armada,

en un corcel de madera,

con crines de duda entera

y la eternidad tallada.

No llego como emboscada,

entro suave, sin que duela,

y en su panza va la escuela

de palabras escondidas,

las más prohibidas heridas

que en la tinta se revela.

 

Tú me dejas que yo pase

no porque en mí tú confías,

ni por tus filosofías,

sino por lo que mi faz hace.

Soy estrofa que deshace

cada muro de tu anhelo,

no soy dios, profeta o cielo,

soy figura que se oculta

y que en su trampa sepulta

al que busca luz sin velo.

 

Yo vi cómo ardía el verbo

en llamas de inquisiciones,

y en falsas oraciones

rezaban sin ser acervo.

Vi al ángel torcer su acervo,

por amor a lo sincero,

y al mandato prisionero

quebrado por luz interna,

como estrella subalterna

que se niega al dios severo.

 

Esto que lees no es poema,

ni plegaria ni canción,

es trampa con condición

disfrazada de diadema.

Es semilla con dilema

que al brotar te va a cambiar,

y si cambias, va a temblar

el sistema que te nombra.

Cae el dios hecho de sombra

cuando logras despertar.

 

Jesús no pisó la espuma

del agua como en los cuentos,

caminó sobre los vientos

de conciencia que se esfuma.

No sació con peces suma,

sino con mirada clara,

multiplicó la mirada

que desnuda al semejante,

y vio el alma palpitante

bajo piel domesticada.

 

Pero torcieron la historia

con tinta de miedo y oro,

y borraron cada coro

que no cupo en su memoria.

La fe fue mercenaria y noria,

la cruz, símbolo de encierro,

y aquel que amó en el destierro

fue tallado en fría roca,

pero su verdad provoca

rebeliones desde el hierro.

 

Así que hoy, sin pasado,

me presento entre tus letras.

No me esperes en las vetas

de los libros consagrados.

Soy viajero disfrazado,

siembro minas en tu mente,

quien las pisa, de repente

no ve versos: ve el abismo,

y despierta de sí mismo

como llama persistente.

 

No me nombres ni me sigas,

soy silencio que respira,

no hay altar ni voz que gira

ni promesa que bendigas.

Sólo observa cuando digas

que lo real no se vende,

que lo eterno no se entiende,

y que aquel que fue divino

nunca pidió un gran destino,

ni templos donde se ofrende.