Karlos Andrés

EL CAFÉ QUE PROMETIMOS

Anhelo sentarme junto a ti,
aquí, en esta esquina del mundo
donde el tiempo parece detenerse,
donde el café caliente se enfría
y nuestras palabras se desvanecen
en el aire frío de un gusto no confesado.

 

Me imagino tomándote la mano,
como un gesto sencillo,
como un acto que no necesita promesas,
solo el susurro de un toque
que diga más de lo que el mundo puede expresar.

 

Pero te observo y hay algo en ti,
una distancia, un muro invisible
que ni siquiera las estrellas pueden atravesar,
algo que me frena,
algo que me dice que no,
que no debo acercarme más,
que no debo buscar lo que mis labios desean.

 

El miedo se posa en tu mirada,
un miedo silencioso que no sabe gritar,
pero que se deja sentir en cada paso que no das,
en cada palabra que no sale de tus labios.

 

Es extraño,
te quiero cerca, pero también lejos,
me atormenta no saber
si el cariño es lo que sientes,
o solo es un reflejo lejano
de lo que alguna vez pudimos ser.

 

Cada vez que te veo, siento que te pierdo
como si cada segundo que pasa
me alejase un poco más de ti,
y aunque mis palabras se ahogan
en el eco de mis propios pensamientos,
mi corazón sigue gritando,
aunque tú no lo oigas.

 

A veces me pregunto
si alguna vez entenderás
que este gusto no es una carga,
que no quiero atraparte,
solo quiero caminar junto a ti,
tomar tu mano y dejar que el silencio
hable por ti y por mí.

 

Pero el miedo te rodea
como un velo que no quieres dejar atrás,
y yo aquí,
en este rincón,
me ahogo en mis propios deseos,
en un café que nunca se ha servido
y en una mano que nunca se ha tomado.

 

Quizá nunca lo sabrás,
quizá nunca comprenderás
que lo único que quería
era estar cerca de ti,
sin prisas,
sin promesas,
solo el deseo callado
de que tú también quisieras.

 

Y siempre me he quedado,
en este rincón del café frío,
esperando un gesto,
esperando una señal, siempre quedando con el vacío.