He madrugado con el alma doblada
como una servilleta de gala en mesa ajena.
El sol, insolente,
me lanzó su dardo dorado directo al párpado izquierdo,
como quien exige poesía sin decir buenos días.
Encendí la cafetera
-esa alquimista doméstica de lo eterno-
y aguardé,
con la misma dignidad con que esperan los profetas
el último silbido del Apocalipsis.
La vida,
esa doctora de guardia que nunca duerme,
me diagnosticó nostalgia aguda
y me recetó
cuatro metáforas por cucharada.
Recordé que el amor
no es más que un meteorito
que cree ser luciérnaga.
Que el orgullo es un gato empapado
que aún pretende caminar con elegancia.
Y que tú,
sí, tú,
eras el eclipse con zapatos.
Afuera,
la brisa barría las hojas con esmero de bibliotecaria,
y dentro,
yo me debatía entre el verbo y la tostada,
escribiendo la palabra \"eternidad\"
con mermelada de naranja amarga.
Y así,
entre lo sublime y lo risible,
me bebí el día,
tibio,
con azúcar,
como se debe beber la incertidumbre.
JUSTO ALDÚ / Derechos reservados 2025.