JUSTO ALDÚ

UN DIA NORMAL EN LA VIDA DE UN BOHEMIO

He madrugado con el alma doblada

como una servilleta de gala en mesa ajena.

El sol, insolente,

me lanzó su dardo dorado directo al párpado izquierdo,

como quien exige poesía sin decir buenos días.

 

Encendí la cafetera

-esa alquimista doméstica de lo eterno-

y aguardé,

con la misma dignidad con que esperan los profetas

el último silbido del Apocalipsis.

 

La vida,

esa doctora de guardia que nunca duerme,

me diagnosticó nostalgia aguda

y me recetó

cuatro metáforas por cucharada.

 

Recordé que el amor

no es más que un meteorito

que cree ser luciérnaga.

Que el orgullo es un gato empapado

que aún pretende caminar con elegancia.

Y que tú,

sí, tú,

eras el eclipse con zapatos.

 

Afuera,

la brisa barría las hojas con esmero de bibliotecaria,

y dentro,

yo me debatía entre el verbo y la tostada,

escribiendo la palabra \"eternidad\"

con mermelada de naranja amarga.

 

Y así,

entre lo sublime y lo risible,

me bebí el día,

tibio,

con azúcar,

como se debe beber la incertidumbre.

 

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